La Mili abrió la canilla para lavarse las manos. Tenía las manos sucias porque había estado jugando con barro. Estaba jugando con barro porque era divertido, porque podía construir una montaña y hacer una casita y moldear un muñeco y un auto y un avión, aunque las alas se le caían cuando quería hacerlo volar.
El barro era de color rojizo y tenía piedrecitas y algunas conchillas porque, si bien todo se veía muy seco alguna vez, hace miles de años, ahí donde jugaba la Mili había un gran mar. Ahora, en cambio, para tener agua tuvieron que hacer un pozo para llegar, varios metros hacia abajo, hasta el agua subterránea y así poder regar la huerta, lavar la ropa y los platos y las manos de Mili llenas de barro. Cuando abrió la canilla de agua, manchando con sus manitas la manija del grifo, el agua no salió transparente como solía hacerlo; estaba negra como la noche sin luna y la Mili se asustó. ¿Qué pasó con el agua?
No muy lejos de su casa había unas personas trabajando. El trabajo siempre es bueno, le habían dicho a la Mili, ayuda a conseguir los útiles para la escuela y la ropa y la comida que no se puede cultivar en la huerta. Por eso, cuando esas personas vinieron a trabajar todos celebraron y salió en las noticias como algo que iba a mejorar la vida del lugar. Nos va a ayudar, decían, es para crecer. Sin embargo, hay trabajos que pueden traer problemas porque cuando esas personas movían el suelo bajo tierra, el agua que introducían no era para hacer crecer a las plantas ni para llenar los ríos de vida. Tampoco lo hacían porque quisieran destruir la tierra, provocar sismos o estropear el agua, no, sino porque ése era su trabajo, con el que podían alimentar a su familia, como la de la Mili. Lo que no se dieron cuenta era que una mañana Mili, luego de jugar con el barro, se quiso lavar las manos con el agua que venía del pozo y no pudo poqrque estaba más sucia que el lodo del pantano donde crecen los renacuajos. Habían dicho que eso no iba a pasar, que el trabajo del petróleo no iba a afectar la vida de los paisanos pero no fue así, Como pingüino empetrolado quedaron las
manos de la Mili, que se echó a llorar.
La mujer despertó de golpe, el hombre le sostenía el brazo con delicadeza. Fue una pesadilla, le dijo el papá de la Mili a la mamá, que le contó su sueño mientras temblaba. Las manos de Mili negras, la huerta seca. Con el tiempo ya no habría trabajo ni para ellos ni para las personas que trabajaban en los pozos que hacen fracking para sacar el petróleo. Decime que eso no va a ser real, suplicaba a su esposo, que no va a ser más que un mal sueño. Se abrazaron papá, mamá y la Mili pero ninguno de los tres pudo decir nada.
Neleb Von Gil